Decenas de estudiantes y organizaciones sociales protestan en la Universidad de Harvard tras la expulsión de varios alumnos vinculados a manifestaciones pro-palestinas. La decisión ha desatado un debate nacional sobre libertad de expresión, antisemitismo y presión política en instituciones académicas.
La Universidad de Harvard se encuentra en el centro de una creciente tormenta política y social tras la decisión de expulsar a más de una docena de estudiantes que participaron en protestas a favor de Palestina durante el actual conflicto en Gaza. La medida, tomada por el Comité de Disciplina Académica, ha generado protestas dentro y fuera del campus, así como una ola de críticas en redes sociales y entre grupos de derechos civiles.
Los estudiantes sancionados habrían participado en un campamento de protesta instalado en uno de los jardines centrales del campus, el cual fue desmantelado el mes pasado tras semanas de presión por parte de donantes, exalumnos influyentes y grupos proisraelíes. La administración de Harvard argumentó que las acciones de los alumnos “violaron normas institucionales, impidieron el funcionamiento normal de la universidad y crearon un entorno intimidante para otros estudiantes”.
Sin embargo, organizaciones estudiantiles, profesores y defensores de derechos civiles han denunciado la decisión como un acto de censura y represalia política. “Estamos viendo cómo se criminaliza el derecho a la protesta y se utiliza el código de conducta como arma política”, declaró Maya Fernández, vocera de Students for Justice in Palestine (SJP).
En las últimas horas, decenas de manifestantes se han congregado frente a la rectoría de la universidad, exigiendo la restitución de los estudiantes expulsados y el respeto a la libertad de expresión en los espacios académicos. Algunos portan pancartas con mensajes como “Ser pro-Palestina no es un crimen” y “Las universidades no deben silenciar el disenso político”.
La situación ha escalado a nivel nacional. Figuras públicas, académicos y legisladores han tomado postura. Mientras sectores conservadores celebran la medida como un acto de defensa institucional frente a lo que llaman “activismo radical”, otros advierten que se está normalizando la represión política en las universidades más prestigiosas del país.
La Casa Blanca aún no ha emitido una declaración oficial, pero desde el Departamento de Educación se ha confirmado que se investiga si las acciones de Harvard violan derechos constitucionales y principios de equidad académica.
Esta controversia se suma a un clima de creciente polarización en Estados Unidos, donde las posiciones sobre el conflicto en Medio Oriente se han trasladado al ámbito universitario, empresarial y político, dividiendo opiniones y redefiniendo los límites del activismo juvenil.
Estudiantes de Harvard alzan la voz por Palestina, y en México surge la pregunta: ¿hasta dónde puede llegar el activismo universitario?
La reciente protesta en la Universidad de Harvard, en la que estudiantes ocuparon espacios clave para manifestarse en favor de Palestina y exigir el fin de relaciones institucionales con empresas vinculadas al conflicto, no solo ha encendido el debate en Estados Unidos, sino que también ha provocado eco en contextos latinoamericanos como el mexicano.
En un país como México, donde los movimientos estudiantiles han marcado momentos clave en la historia (del 68 a Ayotzinapa), la movilización de jóvenes en una de las universidades más influyentes del mundo nos obliga a reflexionar: ¿qué tanto se escucha la voz de los estudiantes hoy en día?, ¿qué papel juegan las universidades como plataformas de transformación social?
Más allá del fondo político del conflicto, lo que impacta es la forma: la capacidad de organización, la claridad del mensaje, y sobre todo, el uso de la visibilidad como herramienta de presión. En un mundo donde la narrativa lo es todo, los estudiantes de Harvard han logrado que las cámaras del mundo giren hacia ellos. ¿Cuántos jóvenes mexicanos podrían conseguir lo mismo?
Desde el punto de vista de la comunicación y la publicidad, esto representa un caso poderoso: un grupo de jóvenes, sin recursos institucionales, logra colocar su mensaje en la agenda global. Lo hacen con símbolos, con palabras precisas, y con estrategias que combinan lo digital y lo presencial.
Las marcas, los medios y los creadores de contenido tienen mucho que aprender de esto: las nuevas generaciones no solo consumen narrativas, también las producen. Y las protestas como la de Harvard son prueba de que los mensajes más poderosos, a veces, no vienen de las agencias, sino de las aulas.